En ningún otro rincón del mundo, pasado o presente, los gatos han ocupado un pedestal tan alto como en el Antiguo Egipto. Allí no eran simples animales domésticos: eran símbolos sagrados, figuras protectoras y piezas clave de la vida religiosa. La mitología egipcia estaba poblada de divinidades felinas como Mafdet, Bastet y Sekhmet, asociadas a la justicia, la fertilidad y la fuerza. No es casualidad que los egipcios vieran en los gatos aliados naturales contra roedores, plagas y serpientes cuya mordedura podía sentenciar una vida en segundos.
La devoción llegó a extremos casi legendarios. Durante la batalla de Pelusio, los persas aprovecharon ese respeto absoluto hacia los felinos. Según se relata, sus soldados iban cargados de gatos para evitar que los egipcios atacaran con plena fuerza. Y Heródoto añadió un episodio aún más macabro: tras la retirada egipcia a la ciudad de Pelusio, el rey persa Cambises ordenó lanzar gatos con catapultas contra la ciudad. Bastó esa amenaza para que los defensores se rindieran antes que arriesgar la vida de los animales sagrados.
Siglos después, la arqueología ha seguido revelando hasta qué punto la veneración por los gatos impregnó la cultura egipcia. En 2010, cerca de Alejandría, aparecieron los restos de un templo ptolemaico dedicado a Bastet, más de dos mil años después de su construcción. El hallazgo fue una sorpresa monumental: se creía que el culto había desaparecido tras la caída de las dinastías faraónicas y la llegada de los griegos. Entre los escombros surgieron unas 600 estatuas de la diosa, evidencia clara de que su culto seguía vivo en pleno período helenístico.
Los descubrimientos de miles de momias felinas en distintos puntos de Egipto refuerzan la idea de que existía incluso una industria dedicada a criar gatos para su momificación, un negocio que habría prosperado durante siglos. Y no fueron pocos: la veneración por estos animales se mantuvo durante más de tres mil años.
Oficialmente, el culto desapareció con el avance del cristianismo. Extraoficialmente… basta convivir con un gato para entender que su aura divina sigue bien instalada en nuestros hogares. El poder felino no se evapora así como así; simplemente cambió de templo.